miércoles, 28 de agosto de 2013

Sos y No sos Mío...

                                            Imagen "Heart" de Audrey Kawasaki


Vos sos mi pan, yo te preparo, con mis manos te moldeo; te veo levar, te cocino, espero, me deleito, vos me alimentas, mis lágrimas son migas de tu ser.

Vos sos mi tierra, en ella vivo, sobre tus entrañas me desparramo como semillas vigorosas para luego cosecharme jugosa manzana.

Y sos también el aire; espeso y asfixiante, ese que abruma en las noches tristes y el que como un vendaval furioso me confina a las cumbres de mis pasiones irredentas.

Sos y no sos mío, soy y no soy tuya...

miércoles, 21 de agosto de 2013

Versos para Yasunari Ikenaga y Conrad Roset

Y tú noche me invadió , no sentí miedo por que tus ojos eran mi refugio, así lejanos, así ausentes, yo te esperaba cada mañana, dormía al calor de tu aliento,acurrucado en tú nariz de pera madura y rozagante, vagaba por tus pómulos de colinas mansas tapiadas con gardenias y me enjugaba el alma en esa boca que más que una boca era un corazón acuoso saciando mí amor deshidratado.
Pintura de Yasunari Ikenaga





Quiero flores en el pelo, quiero flores en mi piel, quiero flores en mis faldas, quiero flores meciéndose en mi jardín. No quiero flores cuando muera. 
Dibujo de Conrad Roset




jueves, 25 de julio de 2013

V Invasión Extraterrestre y otros que marcaron mi Infancia

Somos también los dibujos y las series de nuestra infancia. 
De chica, después de muchos debates morales entre mis papás sobre la peligrosidad de ver cómo unos alienígenas invadían el mundo y se comían ratas y cucarachas; nos dejaron ver la serie de moda; V Invasión Extraterrestre y en ese mismo instante decidí que iba a ser Diana, la mala, la despiadada, con ese catsuit rojo y el pelo negro, por que en esa época la bondad se definía por el color del pelo, cliché típico ochentoso. Así cuando se estrenó Jem and the Holograms quedé deslumbrada por el pelo rosa, la estrella pintada en un ojo y esa voz de rockera hasta que ví a las The Misfits y supe que ese era mi bando. Otro dibujo que me marcó la vida fue Lady Oscar, nació en el seno de una tradicional familia de generales franceses, ella llegó después de sus anteriores 6 hermanas y el padre necesitaba un heredero así que fue criada como Oscar. Ese dibujo de paso hizo que conociese la historia previa y posterior a la Revolución Francesa, e incentivó mis actitudes andróginas por tener 4 hermanos varones y aprender que el mundo era para aquellos que se adaptaban y subsistían. En mi casa nunca se oyó la frase; pobrecita ella es mujer! Lady Oscar era como yo, adaptándose a su entorno.
A los 9 años conocí a la Mujer Maravilla, dediqué muchas tardes a tratar de girar casi a propulsión como ella, recuerdo haber tenido un body rojo, un short azul esos tipo Flashdance, una estrella dorada en papel glasé en la frente y toda la actitud de una heroína. Toda niña de mi época soñó con salvar al mundo, los yanquis nos lo grabaron a fuego con películas, series y dibujos; siempre hay un enemigo que quiere destruir el mundo y en EEUU estaban los buenos! ajajajajja 
También Alf me hizo dudar irremediablemente de la vida extraterrestre, no serían así, tontos y peludos.
Robotech me llegaron a prohibir por que tenía escenas subidas de tono, y "parecían demasiados reales ya".
Cada dibujo vive en nosotros y en Youtube, los elegimos por que tocan fibras íntimas de ese nuestro universo tan privado, tan nuestro, tan inolvidable!


martes, 9 de julio de 2013

El Camisón Rosa


Pasos acompasados y casi autómatas oficiaban cada vuelta a casa como hilos que unían los tenues pero inmortales pensamientos de Rafaela; siempre la misma noche de su infancia; el frío que agrandaba el dormitorio, ella con en su camisón rosa de viyela y tapada hasta la oreja, el miedo que subía por las piernas y el odio profundo que la atacaba y nada más volvía a tener el rosa de su camisón. Sabía cuantas cuadras duraban repasar la escena, que a una cuadra de su casa, recordaría una vez más cómo el corazón, abrumado, se comprimía para no dejar pasar la luz. Años de examinar el momento la habían convertido en una experta, una profesional que analiza la escena para simplemente dar su informe científico. Ella había aprendido a ser otra.

Llegó a su edificio, un modesto departamento de dos ambientes era todo lo que necesitaba para ese mundo que era un apéndice del verdadero. Seis de la tarde, descalza, una luz encendida, la pava silbando; Rafaela en la cocina leyendo el mail de la editorial que avisaba las nuevas ediciones: listas de autores, novelas, ensayos, cuentos y antologías de poemas. Estiró la mano, se sirvió el agua burbujeante en la taza de su té negro preferido, luego envolvió la taza humeante con las dos manos. Ese calor y la lista con Saramago, Allan Poe y Bradbury bailaban a su alrededor, ésa era la felicidad, el calor del té hidratándole la cara mientras descubría como nuevas esas historias.

Definitivamente era una chica aburrida, las amigas vivían reclamándole su apatía hacia las fiestas, el trabajo elegido, el apagar el celular los fines de semana, ella las quería mucho, el colegio había sido como un viaje muy largo, pero a sus veinte años sabía cuál sería su vida. Su familia también protestó cuando, inexplicablemente decidió ir a vivir sola, no había necesidad, sus padres tenían un buen pasar económico y podría disfrutar de esto y estudiar. Pero esa tarde, dos años atrás cuando leyó el cartelito que decía “Se necesita bibliotecaria”, su corazón comenzó a saltar, a golpear los barrotes de su encierro y sin quererlo estaba preguntando los requisitos al dueño de la librería, y se escuchó decir:

- Puedo empezar cuando usted disponga, va a ser mi primer trabajo y estoy muy emocionada- Era su voz, pero muy lejana. Esa mañana fue a su casa y le comentó a su madre el trabajo que había conseguido.

-¡Pero Rafaela! ¿Estás segura de eso? tu papá te está viendo en una financiera, vas a ganar mejor, mientras pensás qué vas a estudiar- Espetó la madre con ese aplomo que tienen las mujeres cuando creen que lo que ellas decidan siempre tienen la impunidad del amor a los hijos.

-Empiezo el lunes mamá- Y el mismo cuchillo caía entre ellas para cortar toda posibilidad de intimidad;  era ella quien decidía siempre que después de una frase determinante ya no tenía ganas de escuchar a su madre. Y su madre trabajaba mucho, así que la adolescencia fue un buen ensayo para ir tejiendo con pocos hilos esa relación casi invisible con ella, quien tampoco reclamaba nada, así las palabras mínimas eran las necesarias para no recordar muchas ausencias, para escuchar el sonido del silencio materno la noche del camisón rosa.

El té era infinito, oscuro como aquella noche; mirarse en ese líquido y verse de color ámbar, con los ojos como pozos de petróleo o de sangre negra, la nariz pequeña, como la de una niña de nueve años, quizá hubiese quedada congelada en alguna época de su vida donde decidió no oler más la belleza del mundo o simplemente su nariz era acorde a su rostro. Rafaela tenía debilidad por hacer de cada elemento real algo de dudosos límites, hasta ridículo como el mundo mismo y que la felicidad era algo glorioso como un libro o muchos libros abrazándola. Luego de terminar de chequear los mails, beber todo el té, recibió una llamada.

-Vas a preferir decir el jueves;  olvidé por completo lo de la cena, así que ya me adelanto y te cuento que voy a pasar a buscarte mañana tipo ocho de la noche y te eximo de disculpas posteriores.

-Hola Martín! no seas injusto, en verdad la última vez me quedé dormida leyendo y veo que no me has perdonado- quería mucho a Martín pero sabía que una velada ellos solos sería el momento ideal para escuchar esas palabras que temía, prefería la más absoluta indefinición de las cosas. La conversación terminó con la firme promesa de ella; esperaría lista en su departamento. Pensó en aguardar estoicamente el momento y decirle de una vez que ni él, ni nadie, que la deje en paz, que sean amigos, que sigan yendo juntos al parque a leer, a ver ciclos de cine extranjero y a jugar apalabrados. No había nada más en ella para nadie, si tuviera que exprimirse, su jugo sería como medio vaso de color té negro y ciertamente sin azúcar, pero perdería a su único amigo.

Esa noche dio vueltas en la cama, como de costumbre los recuerdos deambulaban disléxicos; la ventana dejaba colarse la luna sobre su edredón, como una farola dibujaba un círculo azulado sobre el algodón, y en ese azul plata estaba ella, fría, apretujada, con las piernas abroqueladas como tenazas, sudada, con los ojos cerrados tratando de distinguir ese tufo que era similar al del barcito cuando iba al colegio con sus hermanos, era alcohol, era una tormenta de alcohol, sudor, respiración agria, era el olor del miedo, eran unas manos gruesas y ásperas, le raspaban las rodillas, atropellando sus esmirriadas fuerzas, sus muslos tiritaban tímidamente frente al extraño, su corazón pavoroso se fue achicando, entumeciéndose, se encerró en una caja y ahí miraba como la descosían, se juró que era un sueño, y quedó dormida profundamente.

La mañana siguiente despertó sobresaltada, salió de la cama corriendo para ir a contarle a su mamá la horrible pesadilla de la noche anterior, al cruzar corriendo el pasillo y llegar a la cocina escuchó a su madre:

-Rafaela, saludá al tío José ayer llegó tarde y se quedará unos días en la casa.

Y su corazón paró ahí mismo, el olor a café matinal se mezclaba con ese mismo tufo agrio de su sueño macabro de la noche anterior, no pudo mirarlo, más allá de la ventana veía la calle y como una solitaria bolsa de hule bailaba frenética en el aire, en la tormenta de esa fría mañana de invierno.

Rafaela durmió las siguientes noches en el dormitorio de sus hermanos,  negoció el colchón en el piso y cuando todos dormían ella rodaba hasta debajo de la cama de su hermanito menor, una linterna y libros de cuentos, dormía aletargada. Esta pequeña fracción de su infancia iba a recordar cada día de su vida.

Sonó el timbre, eran puntualmente las ocho. Rafaela lucía un hermoso vestido color vainilla, con muchos botoncitos que iban desde la rodilla hasta el cuello, casi una metáfora de su alma constreñida. Cuando abrió la puerta  Martín había subido los dos pisos, era alto y desgarbado, ojos de luna triste, sonrisa nostálgica de crepúsculo en otoño, pero extrañamente no la intimidaba, quizá era esa sonrisa lo único que se permitió guardar a través de los años. 

-Estás hermosa como siempre­- ella frunció el ceño y él sonrió, bajaron las escaleras y fueron a un bar. Después de cenar terminaron tomando un té en el departamento de dos ambientes, él la miraba fijamente en el más puro silencio, sus ojos eran dos llamas que intentaban iluminarla, ella sentía el calor, sentía que su cuerpo se acurrucaba al lado de él con el camisón rosa. Luego él la tomó de las manos y musitó con una voz craquelada por la melancolía;

-Rafaela, no sé por qué huis, te quiero y lo sabés, te estaré esperando, besó sus manos como a una hermana, luego la besó en la frente y desapareció detrás de la puerta.

Ella puso a hervir agua, agarró un saquito de té lo metió en la taza, se sacó el vestido color vainilla y expuso su desnudez ante la triste y azulada luna que se colaba por la ventana, tirada impávida en el sofá esperaba el silbido de la pava que le daría la bienvenida a su mundo, donde ella era feliz y no había nada más que ella necesitase, había olvidado para siempre el camisón rosa.
      


                                                                              Galatea

viernes, 10 de mayo de 2013

De la Maternidad


                                     

Se acerca el día de la madre y toda la parafernalia publicitaria se enrola frenética para ofrecerte la mejor manera de declarar tu amor a ese ser que difícilmente No sea el más importante en tu vida y uno sin quererlo se pone como más sentimental, vas por la calle y ves a la madre india casi alienada, despintada y en el súper ves a la madre citadina, producida, estresada….madres nuevas y madres sin madres, como un catálogo de raelidades.
Todos queremos ser parte de la regla, aun aquellos que enarbolan la bandera de la rebeldía casi por deporte… todos queremos, estemos o no de acuerdo con este día comercial y teorías anti consumistas, abrazar a la mujer que nos ayudo a crecer, nos amo y en esto no me limito a definir solamente a aquella que  nos trajo al mundo, sino a la que se hizo cargo de nosotros.
No soy partidaria de que por que es tu madre tenés que quererla, el amor es una respuesta generada por la mente en función a la vivencia, el amor no viene inserto en el ADN, ni es mágico como se lo pinta poéticamente, el amor se crea, se fortalece, se vivifica con actos. Tenemos derecho de amar a quien nos ame y olvidar o ignorar a quien nos olvidó.
Y en este punto creo que la mujer debe considerar la maternidad como una profesión que se elige, como el acto de voluntad más encumbrado de nuestras vidas, no como un mandato social que ve en la mujer un manantial evolutivo. A este estadío se llega con educación en libertad, inculcando a las mujeres que deben tener hijos porque lo DESEAN,  de lo contrario ese chico tiene menos posibilidades de ser un ser humano feliz.
La maternidad debe ser vista y asumida como El Gran Acto de Amor, no como un accidente, ni una venganza, ni como un gancho para atajar a la pareja, ni como un seguro de vida, ni como  el enfermero que empujará tu silla de ruedas dentro de 40 años…
Respeto igual a la que es madre con convicción como aquella que te dice; Yo no quiero tener hijos, los valores de un ser humano no se miden precisamente por los partos.
La naturaleza toda depende de ese mecanismo tan perfecto mediante el cual creamos un nuevo ser, seamos conscientes de la responsabilidad que tomamos al engendrar y perpetuar la especie.
 Desde el amor se producen los mejores frutos, aprovechemos este día, con o sin regalos, aquellos que pueden fundiéndose en un abrazo infinito y aquellos que no, amándolas más allá de la vida.

domingo, 24 de febrero de 2013

Las medias verdades de Anna

Dicen que la culpa mueve montañas, que tantas veces se disfraza de amor, de solidaridad cuando es simplemente ella acechando y pintando el mundo a su antojo.
También es cierto que existen personas inmunes a sus artilugios, personas como Anna, que no sabemos si la ausencia total de remordimientos la convierte en un ser libre o insensible, que ve el mundo como una película muda de los años 20.
Anna va por la vida inventándose historias, convencida de sus argucias, fanática cultora del relativismo moral. Casi nada la conmueve, casi nadie, salvo Jerónimo su apuesto amigo de la infancia, sacerdote, con quien ella suele sentirse vulnerable, rara permeabilidad que la hace incómodamente feliz.
Jerónimo, un ser ético y profundamente moral, soñador, apasionado soldado de Cristo, su alma podría como una farola infinita, deshacer cualquier oscuridad.
Como buen amigo está convencido que Anna necesita anclar su ser a un sistema de fe. Ella y sus irreverencias religiosas, sus miopías teológicas, son la mejor tesis para un romántico sacerdote de treinta años.
Esa mañana Anna termina en la iglesia, impecablemente ataviada.
Golpea con el nudillo dos veces el confesionario de trébol lustroso, se corre la diminuta ventana, alguien asoma el rostro, es él, nariz masculina que desencaja con los labios rosa casi infantiles, unos hoyuelos llenos de magia bailan alrededor de esa sonrisa angelical.
-Padre, vengo a confesarme- exclama ella, con esa voz que a Jerónimo dilata las pupilas hasta casi cubrir el techo del confesionario.
-Hola Anna, sabía que Dios estaba llamándote y decidiste responderlo.
-Si, Padre, siento necesidad- suspira entrecortada y angustiada- de Dios- con mucha dificultad evita caer en la verdad.
-Decime Anna, qué te anda preocupando?- dice tan inocente y con la alegría precoz de quien estira ansioso la caña para agarrar el pescado que no está.
- Todo me angustia- miente y es feliz Anna.
-Me imaginé que tanto tiempo huyendo del Señor dejaría huellas en tú alma- exclama comprensivo y pausado, narcotizado en ese éxtasis religioso con ribetes mundanos.
-Tenes que ayudarme, quiero estar cerca- vuelve el tamborileo pérfido a su pecho,se compone y continua- vas a poder ayudarme, guiarme al camino correcto?
-Claro Anna, podemos leer La Palabra todos las tardes, de siete a ocho de la noche tengo libre, vas a ver como tu corazón reboza de Cristo- sentencia con aire decimónico.
-Gracias Padre!-exhala su victoria, se enrosca lentamente alrededor de su presa, la acaricia, siente los latidos ajenos como se acompasan a los suyos, algo parecido a la felicidad la invade, irá cada tarde de siete a ocho a leer la biblia con Jerónimo, como siempre no se trata del sacerdote, sino de ella y sus historias, de ella y esa rara cualidad de ver la vida  como una película muda de los años 20.



miércoles, 23 de enero de 2013

Las chicas del aljibe


Más  ocurrió en este pueblito en los últimos días que en el resto de su historia.
Sus mujeres, dóciles accesorios de estantes, con sus perfumadas faldas fueron por incontables generaciones, bienes de inventario de sus padres, maridos, o hermanos en caso de desgracia.
Siempre medidas y correctas, se esparcían sosegadas por sus patios, cocinas y alcobas.
Amaban con la pasión herrumbrada de un reloj antiguo, sonreían amojonadas por las mismas trivialidades,  encadenadas unas a otras, tejían autómatas sus penas, todas iban a sus huertos y allí, de pie frente a su cementerio de ilusiones quedaban como esperando alguna grieta que les permita sorber una bocanada de pasión, duraba lo necesario, para luego volver engrilladas a ese existir que les caía en el rostro absorto gota tras gota como  de una canilla descompuesta.
Los varones salidos de sus entrañas serían en poco tiempo sus amos, las hembras paridas nacían ya con los ojos transparentes, la sangre tibia,  y la cabeza, ligeramente caída hacia el frente, como si una gran pesadez las marcara de niñas, como si mirar siempre al piso fuera quizá menos doloroso que ver ese horizonte mustio y despintado.
Esa noche, según la costumbre, el padre comunico a la hija que estaba a días de cumplir los dieciocho años, quien sería su futuro marido. Esta, levanto la mirada y en un grito sin grito, arrodilló sus ojos ante los de su padre, quien no se esperaba esa incómoda cercanía, la ignoró, como su abuelo había ignorado a su madre, como su padre lo había hecho con su hermana. No hubo palabras, casi nunca las habían, pues  el temor se había encargado de enterrarlas.
La madre escucho aquellas palabras, agazapada detrás de la puerta de la cocina y fantaseo por un instante que su hija al fin escupía la rebeldía atascada de tantas abuelas, tías, vecinas y conocidas que se diluyeron en esa tierra oscura que engullía esperanzas. 
No hubo respuesta, el silencio había engendrado hijas aletargadas.
Faltaban horas para esa boda, y recordaba las veces que la había hablado, su madre, de ese momento, y otras tantas ella imaginó que serìa como ir a buscar agua del aljibe, lo haría con pasos lerdos y contando flores, siempre pensó que su vida era muy parecida a la de las flores, abotonadas al piso, hermosas pero inmutables, inertes. Se consolaba al saber que sus amigas del pueblo tampoco querían casarse, pero al final hacían bromas con respecto al aljibe, las flores y el agua.
La risa era esa burbuja lùdica que las alejaba de la inercia, del desamor...
Cayó la noche con sus turbias horas y en un arrebato terminó por arrancarle al pueblo, de un tirón, sus más tiernas muñecas de trapo, narcotizadas saltaron de sus estantes de pino, siempre mirando sus pasos, siempre con la frente enclavada en el pecho, siempre contando las flores, en un aquelarre de éxtasis, una a una partieron airosas hacia la tenue calma del aljibe.
Al clarear el día, los gritos y alaridos fueron desgarrando gargantas y la muerte bailaba de casa en casa, tantas camas vacías y en los jardines, un sinfín de pisadas delirantes y cómplices que iban a morir al pozo,  ese hueco tapizado de blancos y mojados camisones gritaba desde sus entrañas risas aterciopeladas y dulces aleteos de mariposas sin alas.