lunes, 6 de octubre de 2014

Julito, un capo

Habían pasado dos años, y las cosas ya se pusieron muy serias. Era lo que el anhelaba, pero no estaba muy seguro de que éste era el momento. 
Analizando la situación daban puros saldos positivos, ella era una chica muy linda, trabajadora, inteligente, con un buen cargo e independiente, como son ahora todas las chicas. 
El por su lado estaba en una edad ideal, cargo y sueldo interesantes, generaba en las mujeres, y lo sabía, esa pregunta tan femenina por definición; y este porque todavía no se casó? y esa sola sensación lo llenaba de morbo, le insuflaba el ego.
Julito era un tipo bien parecido, digamos que Natura había sido generosa; alto, de buena pinta y con ciertas dotes musicales que encubrían su anónima timidez y le generaba rédito de ganador. 
En sus mejores épocas había sido un cazador furtivo pero silencioso y metódico. Nada de pasarse de boca, nada de contarles a los perros y fanfarronear con cada conquista, lo suyo era el perfil bajo, la eterna duda. La pregunta inconclusa. Sus congéneres lo acusaban de "fino" y las tipas se maravillaban con su "sensibilidad" y así en esa dicotomía, el disfrutaba a mares, su reputación le antecedía y en los submundos les esperaban sus huestes. 
El acercarse cada día más a ese momento definitivo le generaba cierta ansiedad que últimamente ni los cigarrillos ni unas horas con la guitarra podían calmar.
Las noches eran complicadas, el insomnio estaba mechado de imágenes de el y su novia viajando, comprando una casa, teniendo un hijo, volviendo a viajar, otro hijo y se ponía de costado, sacaba la almohada, respiraba pesado,  miraba el celular, giraba hacia el otro lado y la puta madre, aparecía ella; sus piernas, su boca, sus ojos que pedían desesperadamente. 
Y se veía jurando una última vez. Una despedida y nunca más, juro, juro!!!
Y en su cabeza el placer asfixiaba a la culpa. 
Ay Julito! en serio sufría, no era un mal tipo, él quería siempre hacer todo lo correcto, pero tiempo atrás aprendió que la delgada línea entre el bien y el mal es imaginaria, que cada uno la mueve para donde mierda le convenga. Sabía que los debates morales eran de cafés y copetines. 
En la vida de verdad uno va, avanza, pone el pecho, entra al súper y elige la mejor tira de asado, no te llevas la colita cuadril porque eso es para pelotudos alegres que no saben un carajo del asado, que no quieren arriesgarse y mueren por quedar bien con todos. Y en ese ritual de mirar la tira, darla vuelta, pasarle los dedos para calcular los porcentajes exactos entre la carne y la grasa, escrutar el  tamaño de los huesitos con la pericia  de un maestro de obras. Es una técnica, bah! que una técnica, es un arte y cuando uno conoce el secreto, no puede de un día a otro olvidar todo y volverse vegetariano. Es un sacrilegio!
Nuestro amigo se había decidido, había que ir a los bifes y después concentrarse.
La tipa que últimamente se le colaba en la cabeza era por definición una jodida, de esas canallas que manejan el arte aún sin haber hecho un maldito asado en su vida. Es un don. Son pocos y cuando se juntan se desequilibra el mundo. 
Se despierta esa mañana, se baña con la displicencia del ganador, se mira al espejo lleno de vapor, mira de un lado, gira la cabeza, se pasa la mano del otro lado, la barba crecida de tres o cuatro días. Sonríe. Se deja la barba. Se viste. Se tira medio litro de perfume. Antes de salir se mira al espejo y vuelve a sonreír.
Julito es un capo, sube al auto y va a exorcizarse. Un hombre no rehúye a su futuro pero si puede posponerlo unas horitas, lo congela, corre la línea,  hace lo que tiene que hacer y vuelve a los pasos. 
La última vez, juro por mi madre!
Andá, andá Julito y déjate de joder!!!


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