viernes, 29 de noviembre de 2013

Tarde Gloriosa

Esa tarde dejé en vos todo mi sexo atascado,
fue como parir excesos,
fue el océano surcándome, ahogando mis dudas para nadarte todo.
Y te descubrí; 
te avasallé, 
conquisté tus pudores, 
lamí todas tus inseguridades, 
hasta verte altivo y soberbio, 
como un rey que empuña su espada para descalabrar mis ansias.
Y vos eras barro y yo te hice con mis manos , 
con la diligencia de una geisha, 
uní tu sustancia con mi saliva y en ella, 
en sus huecos lechosos aullamos tanto que los segundos pararon ensordecidos.



miércoles, 27 de noviembre de 2013

Filomena

Filomena bajó del auto, sus rodillas se golpeteaban entre sí haciendo charquitos de sudor, débilmente hilaba sus pasos, subió las tres gradas y leyó el cartel "Consultorio Médico" en una chapa descuidadamente pintada en blanco y verde, siguió avanzando por el caminero de baldosas blancas, detrás suyo venía Juan, ella no lo escuchaba pero sabía que estaba ahí.
Entraron al lugar, la enfermera los atendió, Juan quedó en la sala de espera y ella fue llevada a una habitación donde se quitó la ropa y se puso una bata verde, la enfermera casi no la miraba, era bajita, de pelo rubio y por más que Filomena le buscaba la mirada, quizá para un consuelo, quizá para un reproche pero sus ojos eran como transparentes y ella se sentía la mujer más sola del mundo, sentía que iba a un limbo donde la cercenarían, pero nadie la obligaba, lo habían decidido con Juan.
La enfermera salió diciéndole que espere, en breve la trasladarían al quirófano.
La habitación semejaba a un cuarto de motel barato; en esos lugares donde comienza la vida, se esparcen las pasiones y hasta se pierde el ser. 
Las paredes descascaradas se reflejaban en su alma; atinó a tocar la pared y sintió como crujían los trocitos inertes de pintura, ella estaba tratando de sacarse esos excesos de culpa, de dolor pero era demasiado. Entró de vuelta la enfermera y le indicó que pase al quirófano, otra vez Filomena y sus pasos de penitente o condenada.
El lugar olía lavandina y miedo, el aire era gélido como anunciando alguna despedida. Habían dos hombres con bata verde y tapabocas, solo se veían sus ojos de robots. La acostaron y ella miraba una especie de lámpara redonda con muchos focos blancos redondos.
Sintió como que la calidez de la lámpara la envolvía hasta tragarla. Después solo el silencio de la nada. 
Soñó que era una equilibrista, que la cuerda era muy fina y ella estaba cargada de algo que no entendía que era, algo pesado y punzante, pero debajo de sus pies, descalzos que se aferraban desesperadamente a la cuerda sabía que podía caer, trataba de concentrarse, no mirando el vacío, equilibró los hombros tratando de acompasarlos con su respiración, el miedo le jugaba en contra por que la hacía temblar, faltaba poco, ella sudaba, sufría, lagrimeaba tímidamente mientras se mordía los labios.
Cuando despertó estaba acostada en la misma sala donde la llevó la enfermera bajita al principio. 
-En media hora te podés ir, todo salió bien- dijo la enfermera acomodando sus anotaciones. Su voz era grave y ausente.
Pasadas las media hora se vistió y volvió a la sala de espera; ahí estaba Juan, apenas se cruzaron las miradas, el se acercó a un mostrador, sacó la billetera y pago al contado. 
Subieron al auto y Filomena, en silencio entendió que ella lo iba a pagar en largas cuotas, quizá durante toda su vida. 

lunes, 18 de noviembre de 2013

Saltarse de la vida

Esa tarde estaba fría, como pocas de nuestros inviernos inventados. Estacioné el auto y con la cabeza metida en la bufanda fui caminando de prisa, como para calentar el cuerpo. Crucé la calle y al entrar al hall principal del banco sentí un estruendo terrible, era como si el cielo se despedazara, lo único que pude hacer fue tirarme al piso, ahí mismo, quedé acurrucada temiendo alguna explosión. Todos en el hall gritaron y se resguardaron, fue como una coreografía del terror. Poco a poco y pasados unos minutos, fuimos levantándonos, recuerdo que el guardia de seguridad privada miraba al techo y apenas musitaba del susto. Levanté la cabeza y pude ver; la imagen era tan hermosa como terrible; sobre la cúpula transparente del hall dormía la silueta casi etérea de una chica, sus contornos estaban como pintados a mano, me temblaban las piernas y el guardia susurró si no era la chica que había dejado su cédula hacía 30 minutos, fue corriendo a buscar, la trajo y nos mostró a 2 o 3 personas, mientras el otro guardia se comunicaba con la policía reportando un posible suicidio.
Me apoyé en uno de los pilares pero sin dejar de mirarla, tenía una falda oscura de ella sus piernas estaban como colocadas con el mayor de los cuidados; una ligeramente doblada como una muñeca de trapo y la otra recta, lo único que podía imaginar viéndola así tan lejana y perfecta era que debía ser hermosa. Sus botas negras y largas me completaban la idea, seguí mirando y la cabeza estaba cubierta como adrede por el tapadito 3/4 que llevaba, debajo de él un hilo carmín ser deslizaba hacia un charco que crecía. Aún así era hermosa.
La policía llegó 10 minutos después, contaron que dejó una carta y que andaba triste hacía mucho.
Esa tarde volví a casa pensando en aquella extraña que había decidido saltarse la vida, no pasaba los veinte años y cuanto habrá pensado, cuantas veces se habrá aferrado antes de, finalmente, dejarse caer.

                                                     Imagen de Kelly Reemsten

domingo, 17 de noviembre de 2013

La extraña vecina y la casa de las malvas.

Todas las mañanas de ida al colegio pasábamos por la casa de la extraña vecina, cuando ella no estaba al frente regando sus malvas la casa parecía francamente apasible y amena, era muy sencilla con una fachada de dos ventanas a cada lado que dejaban ver cortinas violetas con pintitas rosas, que en mañanas ventosas parecían dos bailarinas con tutú, al centro una puerta de madera clara que hacía tono con el vainilla de las paredes, a ambos costados de la puerta dos macetones musgosos rebosaban de hortensias exultantes. Tantos colores perfumaban las mañanas. Era definitivamente una casa cuidada. De esas donde te gustaría vivir, donde debería hornearse biscochuelos de naranja inundando cada rincón. Quizá de fondo alguna melodía de Nat King Cole.
Pero a la vuelta del colegio estaba ella, la vecina; una mujer de unos cuarenta años, muy delgada, su piel era casi amarillenta que se perdía entre su bata blancuzca y arrugada tanto como si la hubiese pisado toda la noche. Lo raro es que parecía una mujer que alguna vez fue hermosa y luego fue descascarándose, como las cajitas musicales de las abuelas.
Pasábamos rápido y la mirábamos apenas de reojo, ella, de perfil arreglaba sus malvas como hipnotizada, siempre con un cigarillo en la boca. Ni se movía, debía quemarle el cigarillo? O lo escupía al sentir el fuego en sus labios?
El aire se condensaba a su alrededor y nos impelía como una fuerza extraña a apurar los pasos.
En las noches, después de cepillarme los dientes y acostarme no podía dormir pensando en esa insondable contradicción, cómo una mujer tan descolorida podía vivir en esa casa tan acogedora. Era como girasoles en medio del desierto.
A esa edad, esas incongruencias te martillan sin cesar, como hoy me preocupa cómo pedirle a mi jefe un aumento.
Pero todavía recuerdo como si estuviera ahí, dando vueltas en la cama imaginando mil conjeturas.
Un día desperté decidido a descubrir qué secreto ocultaba mi vecina, no se lo dije a mis compañeros. Desde mi ventana podía divisar la casa de frente, la observé durante tardes completas y vi que salía todos los días a las cuatro de la tarde y volvía antes de las seis, pensé que tal vez tuviera un trabajo independiente o que iba a hacer mandados, lo cierto es que nunca llevaba ni traía cosas más que un viejo bolso despintado.
Era el tiempo que disponía para entrar a su casa y saber qué hacía todo el día aparte de regar sus malvas.
Estaba decidido, algo me obligaba a hacerlo aunque también pensaba en los problemas que tendría en casa con mis padres por entrar en una casa ajena, sopesaba las consecuencias pero algo me bullía por dentro al imaginar esa hermosa casa, un biscochuelo de naranja en la mesa y el olor a flores.
Esa tarde me sudaban las manos como si estuviese en una cascada, justo a las cuatro salió la vecina, la vi alejarse y doblar la esquina, bajé, crucé la calle y abrí el portoncito de color ocre, probé la puerta pero estaba cerrada, mi corazón tamborileaba descontrolado, vi la ventana derecha abierta y me metí, la cortina olía a rosas, adentro un estar pequeño con sofás a cuadritos celestes y unos cojines perfectamente acomodados. Avancé raramente tranquilo, en las paredes colgaban retratos de una mujer hermosa con una niña en brazos y otro de dos niñas muy parecidas en un columpio. El comedor era de cuatro lugares pero parecían como nuevos, nunca usados y ahí en el centro de la mesa una torta entera de naranja, tuve ganas de agarrar una porción pero a la izquierda divise una escalera, la subí tembloroso, vivía con alguien? Qué le diría si me encontrase a una persona? Tuve ganas de salir corriendo pero por una extraña razón seguí subiendo cada peldaño; terminaba en un pasillo con tres puertas dos pintadas en verde pálido y uno en rosa, me acerqué y abrí la puerta rosa, era el cuarto de una niña, una niña que nunca vi entrar ni salir de la casa, una alfombra rosa con margaritas era la base de una bella cuna también rosa, di dos pasos casi tambaleando y pude divisar el ínterior de la misma; yacía una niña de quizá dos años toda disecada, era como un esqueleto vestido de rosa, mi corazón paró, el estómago se me estrujó al punto de querer vomitar. No entendía qué hacía eso ahí, di tres o cuatro pasos hacia atrás, salí del cuarto corriendo, bajé las escaleras y de un brinco salté por la misma ventana. Crucé la calle y me encerré en mi casa, mi mamá me preguntó qué me pasaba pero no pude articular una sola palabra, subí a mi cuarto y me desmoroné en mi cama.
Tiritaba de frío, tenía las piernas dobladas como ramas rotas y en mi mente esa macabra cosa vestida de rosa. Era una asesina? Estaba loca? Mataba niños? Mi mente parecía una estación de tren con miles de motores silbando. Esa noche no bajé a cenar y quedé dormido como en un trance.
No fui al colegio esa mañana, mi mamá pensó que estaba engripado. Cómo podría yo vivir con ese secreto?
Y pasaron los días, iba tratando de enterrar las imágenes, con el tiempo hasta llegué a pensar que lo había soñado.
Hasta convencí a mis compañeros para cambiar de camino, nunca más pasamos por la apasible casa de las malvas.
Muchos años después ya siendo bombero, recibimos una llamada de incendio, la dirección me dejó petrificado, llegamos en cinco minutos y la casa estaba consumida en llamas, trabajamos dos horas arduamente y al ingresar a la casa toda quemada, empezamos buscando sobrevivientes, un compañero gritó desde la planta alta, subimos y en la habitación de la puerta rosa yacía el cuerpo carbonizado de una mujer adulta sobre una alfombra que alguna vez fue rosa con margaritas, en sus brazos el cuerpo de una niña en el mismo estado.
Los periódicos anunciaron el triste suceso, murió Ana María Fernández y una niña no identificada, puesto que familiares lejanos declararon que ella no podía tener hijos. Si contaron como ahondando la tragedia que la hermana gemela de la fallecida había tenido una hija que fue raptada a los dos años de edad y a raíz de ello se suicidó. Desde ese momento Ana Maria desapareció, se mudó lejos de la familia.
-Siempre fue muy rara y callada la pobre Ana Maria - comentó una tía.
Esa noche llegué a casa, de fondo sonaba Nat King Cole, abrí una cerveza y pude entender, después de casi trece años el misterio de la extraña vecina y la casa de las malvas.

lunes, 14 de octubre de 2013

Existe la literatura femenina?

Por literatura entendemos como el arte que utiliza la palabra como su razón de ser, buscando la exaltación y la perfección de la más noble y primaria forma de comunicación. Ella a través del tiempo como gran testigo de la evolución del hombre.
Desde la antigüedad hasta nuestros días es quizá la más pura mensajera de aquello que llamamos cultura.
Y como expresión del ingenio humano o como transcripción letrada del alma que lo escribe debemos suponer que ella queda definida, sellada por su mentor. Dicho esto deberíamos preguntarnos si la división primigenia del género humano, en masculino y femenino, ha podido influir en las grandes obras de la historia?
Como un fenómeno ya instalado, el feminismo reclama y gana sus espacios, el mundo machista se ha ido rindiendo a los pies de estas Amazonas post modernas que sedujeron y doblegaron los grandes bastiones económicos y políticos. Es la literatura parte de esta conquista rabiosa? con menos ímpetu que en las multinacionales pero también han tomado las plumas, las han teñido , las han hecho suyas.
Podemos entonces afirmar que existe una literatura exclusiva y particularísima cuya esencia solo las hijas de Eva la captamos en su totalidad, podemos afirmar que las plumas exudan progesterona?
Una vez comprobadas científicamente las características inherentes a cada género, desde lo biológico hasta lo psicológico planteamos que si bien no existe una literatura propiamente femenina, encontramos si, elementos que las hacen diferentes de las empuñadas por manos viriles. Empezando por los temas elegidos, la visión de los hechos que tiene una mujer está marcada por sus peculiaridades de género, por su ideal colectivo de mujer del que no puede substraerse.
Tomemos como ejemplo a "Cien Años de Soledad" obra cumbre de la literatura universal escrita por García Marquez y por otro lado a "La Casa de los Espíritus" de Isabel Allende, ambas novelas dignas representantes del realismo mágico; la primera hace énfasis en la historia fantástica y visceral de varias generaciones y la segunda que también se centra en una historia familiar construye sus personajes femeninos con una sensibilidad única y dándole un perceptible encono emocional.
Sin ánimo de hacer un juicio entre una obra y otra, la idea es exponer cómo en circunstancias similares; historia, corriente literaria y personajes fantásticos, podemos percibir aquello que en esencia distingue el género de la pluma por la construcción de la misma.
Todavía hoy la mujer tiene deudas con la literatura o quizá esta la tenga con las mujeres. Será cuestión de ir madurando en este arte tan sublime y reivindicarnos para que la literatura no sea femenina o masculina sino un legado cultural que siendo un todo no pierda la esencia de las partes que la crean.

viernes, 11 de octubre de 2013

Si, muero. No, vivo.



Decir que Si mueve al mundo en su órbita, decir que No, lo sacude, nos hace experimentar espasmos desde la periferia. 
Decir que Si nos vuelve dulces, obedientes, predecibles, decir que No nos abre puertas y ventanas; nos deja volar a mundos con matices, sin absolutos. 
Diciendo Si se tienen hijos, diciendo No se es hija y madre de una misma. 
Con un Si se es mitad toda la vida y con un No se es una misma por instantes eternos. 
Cuando digo Si sigo las huellas del mundo y cuando digo No borro las pisadas con mis manos y bailo al ritmo de mis errores. 
Aunque mis Si son el camino correcto, celebro extraviándome en los tugurios del ser, adoptando el No como feligresía. 
Si, muero. No, vivo.

Ilustración de Seiichi Hayashi
                                                                                                                                                                 

Dora la Pecadora

Dora había adoptado la jardinería como un hobby, y como todo en su vida era pasional, fue obsesionándose con sus gardenias, las temporadas de azaleas la ponían de muy buen humor. Tomó cursos de tipos de abono y todo eso dentro de la vorágine de su propia vida, siempre había un tiempo para matizar alguna rosa o podar la enramada. Esa mañana se despidió de sus hijos y de su marido rumbo a una exposición de orquidarios. Cosa del destino que la expo Orquídeas 2013 fue suspendida por motivos de fuerza mayor y se tuvo que volver. No la esperaban tan pronto, llegó y en silencio entró a su casa; cruzó la sala y al llegar a su dormitorio vio a su marido con una mujer desconocida. Ellos no la vieron, fue casi levitando al depósito del fondo tomó las herramientas y en su lecho nupcial hizo lo que sabía hacer. Pasó todo tan rápido, metió las sábanas y alfombras al lavarropas y en el lugar de las gardenias quedaron sepultadas sus penas. De eso hacen cinco años; Dora y sus hijos siguen esperando a su marido que los abandonó. Pobre Dora, la pecadora.
Imagen de Kelly Reemsten

miércoles, 28 de agosto de 2013

Sos y No sos Mío...

                                            Imagen "Heart" de Audrey Kawasaki


Vos sos mi pan, yo te preparo, con mis manos te moldeo; te veo levar, te cocino, espero, me deleito, vos me alimentas, mis lágrimas son migas de tu ser.

Vos sos mi tierra, en ella vivo, sobre tus entrañas me desparramo como semillas vigorosas para luego cosecharme jugosa manzana.

Y sos también el aire; espeso y asfixiante, ese que abruma en las noches tristes y el que como un vendaval furioso me confina a las cumbres de mis pasiones irredentas.

Sos y no sos mío, soy y no soy tuya...

miércoles, 21 de agosto de 2013

Versos para Yasunari Ikenaga y Conrad Roset

Y tú noche me invadió , no sentí miedo por que tus ojos eran mi refugio, así lejanos, así ausentes, yo te esperaba cada mañana, dormía al calor de tu aliento,acurrucado en tú nariz de pera madura y rozagante, vagaba por tus pómulos de colinas mansas tapiadas con gardenias y me enjugaba el alma en esa boca que más que una boca era un corazón acuoso saciando mí amor deshidratado.
Pintura de Yasunari Ikenaga





Quiero flores en el pelo, quiero flores en mi piel, quiero flores en mis faldas, quiero flores meciéndose en mi jardín. No quiero flores cuando muera. 
Dibujo de Conrad Roset




jueves, 25 de julio de 2013

V Invasión Extraterrestre y otros que marcaron mi Infancia

Somos también los dibujos y las series de nuestra infancia. 
De chica, después de muchos debates morales entre mis papás sobre la peligrosidad de ver cómo unos alienígenas invadían el mundo y se comían ratas y cucarachas; nos dejaron ver la serie de moda; V Invasión Extraterrestre y en ese mismo instante decidí que iba a ser Diana, la mala, la despiadada, con ese catsuit rojo y el pelo negro, por que en esa época la bondad se definía por el color del pelo, cliché típico ochentoso. Así cuando se estrenó Jem and the Holograms quedé deslumbrada por el pelo rosa, la estrella pintada en un ojo y esa voz de rockera hasta que ví a las The Misfits y supe que ese era mi bando. Otro dibujo que me marcó la vida fue Lady Oscar, nació en el seno de una tradicional familia de generales franceses, ella llegó después de sus anteriores 6 hermanas y el padre necesitaba un heredero así que fue criada como Oscar. Ese dibujo de paso hizo que conociese la historia previa y posterior a la Revolución Francesa, e incentivó mis actitudes andróginas por tener 4 hermanos varones y aprender que el mundo era para aquellos que se adaptaban y subsistían. En mi casa nunca se oyó la frase; pobrecita ella es mujer! Lady Oscar era como yo, adaptándose a su entorno.
A los 9 años conocí a la Mujer Maravilla, dediqué muchas tardes a tratar de girar casi a propulsión como ella, recuerdo haber tenido un body rojo, un short azul esos tipo Flashdance, una estrella dorada en papel glasé en la frente y toda la actitud de una heroína. Toda niña de mi época soñó con salvar al mundo, los yanquis nos lo grabaron a fuego con películas, series y dibujos; siempre hay un enemigo que quiere destruir el mundo y en EEUU estaban los buenos! ajajajajja 
También Alf me hizo dudar irremediablemente de la vida extraterrestre, no serían así, tontos y peludos.
Robotech me llegaron a prohibir por que tenía escenas subidas de tono, y "parecían demasiados reales ya".
Cada dibujo vive en nosotros y en Youtube, los elegimos por que tocan fibras íntimas de ese nuestro universo tan privado, tan nuestro, tan inolvidable!


martes, 9 de julio de 2013

El Camisón Rosa


Pasos acompasados y casi autómatas oficiaban cada vuelta a casa como hilos que unían los tenues pero inmortales pensamientos de Rafaela; siempre la misma noche de su infancia; el frío que agrandaba el dormitorio, ella con en su camisón rosa de viyela y tapada hasta la oreja, el miedo que subía por las piernas y el odio profundo que la atacaba y nada más volvía a tener el rosa de su camisón. Sabía cuantas cuadras duraban repasar la escena, que a una cuadra de su casa, recordaría una vez más cómo el corazón, abrumado, se comprimía para no dejar pasar la luz. Años de examinar el momento la habían convertido en una experta, una profesional que analiza la escena para simplemente dar su informe científico. Ella había aprendido a ser otra.

Llegó a su edificio, un modesto departamento de dos ambientes era todo lo que necesitaba para ese mundo que era un apéndice del verdadero. Seis de la tarde, descalza, una luz encendida, la pava silbando; Rafaela en la cocina leyendo el mail de la editorial que avisaba las nuevas ediciones: listas de autores, novelas, ensayos, cuentos y antologías de poemas. Estiró la mano, se sirvió el agua burbujeante en la taza de su té negro preferido, luego envolvió la taza humeante con las dos manos. Ese calor y la lista con Saramago, Allan Poe y Bradbury bailaban a su alrededor, ésa era la felicidad, el calor del té hidratándole la cara mientras descubría como nuevas esas historias.

Definitivamente era una chica aburrida, las amigas vivían reclamándole su apatía hacia las fiestas, el trabajo elegido, el apagar el celular los fines de semana, ella las quería mucho, el colegio había sido como un viaje muy largo, pero a sus veinte años sabía cuál sería su vida. Su familia también protestó cuando, inexplicablemente decidió ir a vivir sola, no había necesidad, sus padres tenían un buen pasar económico y podría disfrutar de esto y estudiar. Pero esa tarde, dos años atrás cuando leyó el cartelito que decía “Se necesita bibliotecaria”, su corazón comenzó a saltar, a golpear los barrotes de su encierro y sin quererlo estaba preguntando los requisitos al dueño de la librería, y se escuchó decir:

- Puedo empezar cuando usted disponga, va a ser mi primer trabajo y estoy muy emocionada- Era su voz, pero muy lejana. Esa mañana fue a su casa y le comentó a su madre el trabajo que había conseguido.

-¡Pero Rafaela! ¿Estás segura de eso? tu papá te está viendo en una financiera, vas a ganar mejor, mientras pensás qué vas a estudiar- Espetó la madre con ese aplomo que tienen las mujeres cuando creen que lo que ellas decidan siempre tienen la impunidad del amor a los hijos.

-Empiezo el lunes mamá- Y el mismo cuchillo caía entre ellas para cortar toda posibilidad de intimidad;  era ella quien decidía siempre que después de una frase determinante ya no tenía ganas de escuchar a su madre. Y su madre trabajaba mucho, así que la adolescencia fue un buen ensayo para ir tejiendo con pocos hilos esa relación casi invisible con ella, quien tampoco reclamaba nada, así las palabras mínimas eran las necesarias para no recordar muchas ausencias, para escuchar el sonido del silencio materno la noche del camisón rosa.

El té era infinito, oscuro como aquella noche; mirarse en ese líquido y verse de color ámbar, con los ojos como pozos de petróleo o de sangre negra, la nariz pequeña, como la de una niña de nueve años, quizá hubiese quedada congelada en alguna época de su vida donde decidió no oler más la belleza del mundo o simplemente su nariz era acorde a su rostro. Rafaela tenía debilidad por hacer de cada elemento real algo de dudosos límites, hasta ridículo como el mundo mismo y que la felicidad era algo glorioso como un libro o muchos libros abrazándola. Luego de terminar de chequear los mails, beber todo el té, recibió una llamada.

-Vas a preferir decir el jueves;  olvidé por completo lo de la cena, así que ya me adelanto y te cuento que voy a pasar a buscarte mañana tipo ocho de la noche y te eximo de disculpas posteriores.

-Hola Martín! no seas injusto, en verdad la última vez me quedé dormida leyendo y veo que no me has perdonado- quería mucho a Martín pero sabía que una velada ellos solos sería el momento ideal para escuchar esas palabras que temía, prefería la más absoluta indefinición de las cosas. La conversación terminó con la firme promesa de ella; esperaría lista en su departamento. Pensó en aguardar estoicamente el momento y decirle de una vez que ni él, ni nadie, que la deje en paz, que sean amigos, que sigan yendo juntos al parque a leer, a ver ciclos de cine extranjero y a jugar apalabrados. No había nada más en ella para nadie, si tuviera que exprimirse, su jugo sería como medio vaso de color té negro y ciertamente sin azúcar, pero perdería a su único amigo.

Esa noche dio vueltas en la cama, como de costumbre los recuerdos deambulaban disléxicos; la ventana dejaba colarse la luna sobre su edredón, como una farola dibujaba un círculo azulado sobre el algodón, y en ese azul plata estaba ella, fría, apretujada, con las piernas abroqueladas como tenazas, sudada, con los ojos cerrados tratando de distinguir ese tufo que era similar al del barcito cuando iba al colegio con sus hermanos, era alcohol, era una tormenta de alcohol, sudor, respiración agria, era el olor del miedo, eran unas manos gruesas y ásperas, le raspaban las rodillas, atropellando sus esmirriadas fuerzas, sus muslos tiritaban tímidamente frente al extraño, su corazón pavoroso se fue achicando, entumeciéndose, se encerró en una caja y ahí miraba como la descosían, se juró que era un sueño, y quedó dormida profundamente.

La mañana siguiente despertó sobresaltada, salió de la cama corriendo para ir a contarle a su mamá la horrible pesadilla de la noche anterior, al cruzar corriendo el pasillo y llegar a la cocina escuchó a su madre:

-Rafaela, saludá al tío José ayer llegó tarde y se quedará unos días en la casa.

Y su corazón paró ahí mismo, el olor a café matinal se mezclaba con ese mismo tufo agrio de su sueño macabro de la noche anterior, no pudo mirarlo, más allá de la ventana veía la calle y como una solitaria bolsa de hule bailaba frenética en el aire, en la tormenta de esa fría mañana de invierno.

Rafaela durmió las siguientes noches en el dormitorio de sus hermanos,  negoció el colchón en el piso y cuando todos dormían ella rodaba hasta debajo de la cama de su hermanito menor, una linterna y libros de cuentos, dormía aletargada. Esta pequeña fracción de su infancia iba a recordar cada día de su vida.

Sonó el timbre, eran puntualmente las ocho. Rafaela lucía un hermoso vestido color vainilla, con muchos botoncitos que iban desde la rodilla hasta el cuello, casi una metáfora de su alma constreñida. Cuando abrió la puerta  Martín había subido los dos pisos, era alto y desgarbado, ojos de luna triste, sonrisa nostálgica de crepúsculo en otoño, pero extrañamente no la intimidaba, quizá era esa sonrisa lo único que se permitió guardar a través de los años. 

-Estás hermosa como siempre­- ella frunció el ceño y él sonrió, bajaron las escaleras y fueron a un bar. Después de cenar terminaron tomando un té en el departamento de dos ambientes, él la miraba fijamente en el más puro silencio, sus ojos eran dos llamas que intentaban iluminarla, ella sentía el calor, sentía que su cuerpo se acurrucaba al lado de él con el camisón rosa. Luego él la tomó de las manos y musitó con una voz craquelada por la melancolía;

-Rafaela, no sé por qué huis, te quiero y lo sabés, te estaré esperando, besó sus manos como a una hermana, luego la besó en la frente y desapareció detrás de la puerta.

Ella puso a hervir agua, agarró un saquito de té lo metió en la taza, se sacó el vestido color vainilla y expuso su desnudez ante la triste y azulada luna que se colaba por la ventana, tirada impávida en el sofá esperaba el silbido de la pava que le daría la bienvenida a su mundo, donde ella era feliz y no había nada más que ella necesitase, había olvidado para siempre el camisón rosa.
      


                                                                              Galatea

viernes, 10 de mayo de 2013

De la Maternidad


                                     

Se acerca el día de la madre y toda la parafernalia publicitaria se enrola frenética para ofrecerte la mejor manera de declarar tu amor a ese ser que difícilmente No sea el más importante en tu vida y uno sin quererlo se pone como más sentimental, vas por la calle y ves a la madre india casi alienada, despintada y en el súper ves a la madre citadina, producida, estresada….madres nuevas y madres sin madres, como un catálogo de raelidades.
Todos queremos ser parte de la regla, aun aquellos que enarbolan la bandera de la rebeldía casi por deporte… todos queremos, estemos o no de acuerdo con este día comercial y teorías anti consumistas, abrazar a la mujer que nos ayudo a crecer, nos amo y en esto no me limito a definir solamente a aquella que  nos trajo al mundo, sino a la que se hizo cargo de nosotros.
No soy partidaria de que por que es tu madre tenés que quererla, el amor es una respuesta generada por la mente en función a la vivencia, el amor no viene inserto en el ADN, ni es mágico como se lo pinta poéticamente, el amor se crea, se fortalece, se vivifica con actos. Tenemos derecho de amar a quien nos ame y olvidar o ignorar a quien nos olvidó.
Y en este punto creo que la mujer debe considerar la maternidad como una profesión que se elige, como el acto de voluntad más encumbrado de nuestras vidas, no como un mandato social que ve en la mujer un manantial evolutivo. A este estadío se llega con educación en libertad, inculcando a las mujeres que deben tener hijos porque lo DESEAN,  de lo contrario ese chico tiene menos posibilidades de ser un ser humano feliz.
La maternidad debe ser vista y asumida como El Gran Acto de Amor, no como un accidente, ni una venganza, ni como un gancho para atajar a la pareja, ni como un seguro de vida, ni como  el enfermero que empujará tu silla de ruedas dentro de 40 años…
Respeto igual a la que es madre con convicción como aquella que te dice; Yo no quiero tener hijos, los valores de un ser humano no se miden precisamente por los partos.
La naturaleza toda depende de ese mecanismo tan perfecto mediante el cual creamos un nuevo ser, seamos conscientes de la responsabilidad que tomamos al engendrar y perpetuar la especie.
 Desde el amor se producen los mejores frutos, aprovechemos este día, con o sin regalos, aquellos que pueden fundiéndose en un abrazo infinito y aquellos que no, amándolas más allá de la vida.

domingo, 24 de febrero de 2013

Las medias verdades de Anna

Dicen que la culpa mueve montañas, que tantas veces se disfraza de amor, de solidaridad cuando es simplemente ella acechando y pintando el mundo a su antojo.
También es cierto que existen personas inmunes a sus artilugios, personas como Anna, que no sabemos si la ausencia total de remordimientos la convierte en un ser libre o insensible, que ve el mundo como una película muda de los años 20.
Anna va por la vida inventándose historias, convencida de sus argucias, fanática cultora del relativismo moral. Casi nada la conmueve, casi nadie, salvo Jerónimo su apuesto amigo de la infancia, sacerdote, con quien ella suele sentirse vulnerable, rara permeabilidad que la hace incómodamente feliz.
Jerónimo, un ser ético y profundamente moral, soñador, apasionado soldado de Cristo, su alma podría como una farola infinita, deshacer cualquier oscuridad.
Como buen amigo está convencido que Anna necesita anclar su ser a un sistema de fe. Ella y sus irreverencias religiosas, sus miopías teológicas, son la mejor tesis para un romántico sacerdote de treinta años.
Esa mañana Anna termina en la iglesia, impecablemente ataviada.
Golpea con el nudillo dos veces el confesionario de trébol lustroso, se corre la diminuta ventana, alguien asoma el rostro, es él, nariz masculina que desencaja con los labios rosa casi infantiles, unos hoyuelos llenos de magia bailan alrededor de esa sonrisa angelical.
-Padre, vengo a confesarme- exclama ella, con esa voz que a Jerónimo dilata las pupilas hasta casi cubrir el techo del confesionario.
-Hola Anna, sabía que Dios estaba llamándote y decidiste responderlo.
-Si, Padre, siento necesidad- suspira entrecortada y angustiada- de Dios- con mucha dificultad evita caer en la verdad.
-Decime Anna, qué te anda preocupando?- dice tan inocente y con la alegría precoz de quien estira ansioso la caña para agarrar el pescado que no está.
- Todo me angustia- miente y es feliz Anna.
-Me imaginé que tanto tiempo huyendo del Señor dejaría huellas en tú alma- exclama comprensivo y pausado, narcotizado en ese éxtasis religioso con ribetes mundanos.
-Tenes que ayudarme, quiero estar cerca- vuelve el tamborileo pérfido a su pecho,se compone y continua- vas a poder ayudarme, guiarme al camino correcto?
-Claro Anna, podemos leer La Palabra todos las tardes, de siete a ocho de la noche tengo libre, vas a ver como tu corazón reboza de Cristo- sentencia con aire decimónico.
-Gracias Padre!-exhala su victoria, se enrosca lentamente alrededor de su presa, la acaricia, siente los latidos ajenos como se acompasan a los suyos, algo parecido a la felicidad la invade, irá cada tarde de siete a ocho a leer la biblia con Jerónimo, como siempre no se trata del sacerdote, sino de ella y sus historias, de ella y esa rara cualidad de ver la vida  como una película muda de los años 20.



miércoles, 23 de enero de 2013

Las chicas del aljibe


Más  ocurrió en este pueblito en los últimos días que en el resto de su historia.
Sus mujeres, dóciles accesorios de estantes, con sus perfumadas faldas fueron por incontables generaciones, bienes de inventario de sus padres, maridos, o hermanos en caso de desgracia.
Siempre medidas y correctas, se esparcían sosegadas por sus patios, cocinas y alcobas.
Amaban con la pasión herrumbrada de un reloj antiguo, sonreían amojonadas por las mismas trivialidades,  encadenadas unas a otras, tejían autómatas sus penas, todas iban a sus huertos y allí, de pie frente a su cementerio de ilusiones quedaban como esperando alguna grieta que les permita sorber una bocanada de pasión, duraba lo necesario, para luego volver engrilladas a ese existir que les caía en el rostro absorto gota tras gota como  de una canilla descompuesta.
Los varones salidos de sus entrañas serían en poco tiempo sus amos, las hembras paridas nacían ya con los ojos transparentes, la sangre tibia,  y la cabeza, ligeramente caída hacia el frente, como si una gran pesadez las marcara de niñas, como si mirar siempre al piso fuera quizá menos doloroso que ver ese horizonte mustio y despintado.
Esa noche, según la costumbre, el padre comunico a la hija que estaba a días de cumplir los dieciocho años, quien sería su futuro marido. Esta, levanto la mirada y en un grito sin grito, arrodilló sus ojos ante los de su padre, quien no se esperaba esa incómoda cercanía, la ignoró, como su abuelo había ignorado a su madre, como su padre lo había hecho con su hermana. No hubo palabras, casi nunca las habían, pues  el temor se había encargado de enterrarlas.
La madre escucho aquellas palabras, agazapada detrás de la puerta de la cocina y fantaseo por un instante que su hija al fin escupía la rebeldía atascada de tantas abuelas, tías, vecinas y conocidas que se diluyeron en esa tierra oscura que engullía esperanzas. 
No hubo respuesta, el silencio había engendrado hijas aletargadas.
Faltaban horas para esa boda, y recordaba las veces que la había hablado, su madre, de ese momento, y otras tantas ella imaginó que serìa como ir a buscar agua del aljibe, lo haría con pasos lerdos y contando flores, siempre pensó que su vida era muy parecida a la de las flores, abotonadas al piso, hermosas pero inmutables, inertes. Se consolaba al saber que sus amigas del pueblo tampoco querían casarse, pero al final hacían bromas con respecto al aljibe, las flores y el agua.
La risa era esa burbuja lùdica que las alejaba de la inercia, del desamor...
Cayó la noche con sus turbias horas y en un arrebato terminó por arrancarle al pueblo, de un tirón, sus más tiernas muñecas de trapo, narcotizadas saltaron de sus estantes de pino, siempre mirando sus pasos, siempre con la frente enclavada en el pecho, siempre contando las flores, en un aquelarre de éxtasis, una a una partieron airosas hacia la tenue calma del aljibe.
Al clarear el día, los gritos y alaridos fueron desgarrando gargantas y la muerte bailaba de casa en casa, tantas camas vacías y en los jardines, un sinfín de pisadas delirantes y cómplices que iban a morir al pozo,  ese hueco tapizado de blancos y mojados camisones gritaba desde sus entrañas risas aterciopeladas y dulces aleteos de mariposas sin alas.