miércoles, 27 de noviembre de 2013

Filomena

Filomena bajó del auto, sus rodillas se golpeteaban entre sí haciendo charquitos de sudor, débilmente hilaba sus pasos, subió las tres gradas y leyó el cartel "Consultorio Médico" en una chapa descuidadamente pintada en blanco y verde, siguió avanzando por el caminero de baldosas blancas, detrás suyo venía Juan, ella no lo escuchaba pero sabía que estaba ahí.
Entraron al lugar, la enfermera los atendió, Juan quedó en la sala de espera y ella fue llevada a una habitación donde se quitó la ropa y se puso una bata verde, la enfermera casi no la miraba, era bajita, de pelo rubio y por más que Filomena le buscaba la mirada, quizá para un consuelo, quizá para un reproche pero sus ojos eran como transparentes y ella se sentía la mujer más sola del mundo, sentía que iba a un limbo donde la cercenarían, pero nadie la obligaba, lo habían decidido con Juan.
La enfermera salió diciéndole que espere, en breve la trasladarían al quirófano.
La habitación semejaba a un cuarto de motel barato; en esos lugares donde comienza la vida, se esparcen las pasiones y hasta se pierde el ser. 
Las paredes descascaradas se reflejaban en su alma; atinó a tocar la pared y sintió como crujían los trocitos inertes de pintura, ella estaba tratando de sacarse esos excesos de culpa, de dolor pero era demasiado. Entró de vuelta la enfermera y le indicó que pase al quirófano, otra vez Filomena y sus pasos de penitente o condenada.
El lugar olía lavandina y miedo, el aire era gélido como anunciando alguna despedida. Habían dos hombres con bata verde y tapabocas, solo se veían sus ojos de robots. La acostaron y ella miraba una especie de lámpara redonda con muchos focos blancos redondos.
Sintió como que la calidez de la lámpara la envolvía hasta tragarla. Después solo el silencio de la nada. 
Soñó que era una equilibrista, que la cuerda era muy fina y ella estaba cargada de algo que no entendía que era, algo pesado y punzante, pero debajo de sus pies, descalzos que se aferraban desesperadamente a la cuerda sabía que podía caer, trataba de concentrarse, no mirando el vacío, equilibró los hombros tratando de acompasarlos con su respiración, el miedo le jugaba en contra por que la hacía temblar, faltaba poco, ella sudaba, sufría, lagrimeaba tímidamente mientras se mordía los labios.
Cuando despertó estaba acostada en la misma sala donde la llevó la enfermera bajita al principio. 
-En media hora te podés ir, todo salió bien- dijo la enfermera acomodando sus anotaciones. Su voz era grave y ausente.
Pasadas las media hora se vistió y volvió a la sala de espera; ahí estaba Juan, apenas se cruzaron las miradas, el se acercó a un mostrador, sacó la billetera y pago al contado. 
Subieron al auto y Filomena, en silencio entendió que ella lo iba a pagar en largas cuotas, quizá durante toda su vida. 

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