miércoles, 24 de octubre de 2012

De Colecciones!


Desde chica me gustó ese mundo de objetos aglutinados del coleccionista.
Lo primero que recuerdo haber juntado de a montones, en un depósito de mí casa, fueron gatos. El amor irrevocable que les profeso a los mininos me convirtió en la salvadora gatuna del barrio, llegué a cobijar casi cincuenta. Claro que duró lo que tardó mí mamá en descubrir tal obra filantrópica descabellada.
Una mañana, fue hasta el depósito abandonado a buscar algo y casi infarta al ver heladeras viejas todas dispuestas cual guardería,  atiborrada de gatos. Inmensa tarea que solo fue posible gracias a mis hermanos y su silencio cómplice.
Quedé advertida sobre los inconvenientes de coleccionar seres vivos, así que opté por copiar a mis compañeritas de grado e ingresé a ese universo rosa de los papeles de cartas.
Mucha gente ni tendrá idea de que se tratan, los comprobamos en suelto de las librerías y venían impresos con dibujos de Sarah Kay, Frutillita y otras fantasías de aquella época. Intercambiábamos con tanto esmero, la caja de papeles era llevada cada día a la escuela y en el recreo, nos sentábamos a negociar nuestros deseos, los perfumados tenían más valor. Dos sin perfume por uno con, esa era la escala.
Como el tiempo es una pandorga que con un poco de viento a favor, vuela y vuela, quedaron  durmiendo en los estantes, apilados encima de los diarios íntimos y chismógrafos en cuadernos Avon, esos dulces rectángulos con colores y aromas de niñas.
La adolescencia fue una etapa muy radical, donde las hormonas no dieron pie a ninguna colección, salvo noviecillos, que sería poco educado de mi parte mencionar, por eso obviemos el comentario y pasemos a mis dieciocho, dónde retomando el viejo hábito del rejunte, me obsesioné con las tazas, preferentemente de lugares visitados y así con la ayuda de todos mis amigos viajeros más algunas escapadas mías, decoré la cocina de mí casa materna, la vieja quedó así resarcida por aquel desagradable episodio de los gatos.
Cómo fui madre muy joven, a los veintidós,  demás está decirles que lo único que podía coleccionar en esa etapa eran pañales y biberones, además de horas de insomnio y rellenos de piñatas en todas mis carteras.
Los treinta y piquito (ya tengo que insertar la duda de la edad, es obligatorio y de buen gusto) llegaron con hijos pre adolescentes, la mar en calma, la casa en orden y... ganas de volver a un viejo hábito.
Ayer comencé mi colección de tunitas, con la fascinación que tenemos al ir apilando eso que nos da una rara y comedida alegría.
Elegí tunitas porque me parecen unas plantas muy independientes, pueden estar mucho tiempo sin agua, aclaro esto porque si quisiese algo de que vivir pendiente tendría otro hijo, o en su defecto otro gato, pero ese no es el objetivo, por ahora, mi casa cuenta ya con los huéspedes necesarios.
Así que mis tunitas durmiendo en macetitas de colores ya están adornando el quincho de casa, los miraré multiplicarse y en ello consistirá mi dosis de satisfacción.
Ni tantos secretos, ni demasiadas vueltas, hay actividades en la vida tan minúsculas y triviales que si bien no te solucionan problemas, distraen y acarician sin que uno se dé cuenta.
Les dejo unas fotos!




martes, 23 de octubre de 2012

Secretos entre cocidos y rosquitas...

Mueve lentamente sus pies, cansados de haber recorrido ese pasillo igual a la historia de toda su vida.
Doña Juana prepara el desayuno tan parsimoniosamente como la primera vez, tan rico como si ella hubiese inventado el cocido con rosquitas, siempre con manteca y mermelada de guayaba, que, en épocas olvidadas, ella misma la hacía.
Hoy, a sus 78 años, se conforma con quemar el carbón, al que mira hipnotizada, encenderse sobre la hornalla, y ese ardor le quema las pupilas ya desteñidas.
Piensa en algo, no sabemos en qué, o quizá simplemente extraña a su hija Lucía que viajó a España hace tantos años. Ya va a tocar la puerta, se dice, como para mecer sus penas. Ya vendrá, y así ella va a poder preparar el último cocido en esa última mañana.
Una vez dispuesto el desayuno, Doña Juana sabe que cada tres mañanas, su nieto recibe una visita. Ella sabe y hace como que no sabe, tantas cosas guardó a lo largo de su vida,tantos cuentos que se volvieron reales y otras historias que se diluyeron en fantasías, y hoy todo se pinta en el mismo lienzo.
A veces, ella escucha como sus recuerdos se desempolvan solos y llenan la casa de carcajadas, y ella ríe con ellos.
Entonces le vuelve la duda sobre esa extraña visita que cada tres o cuatro desayunos llega a ver al nieto, nunca un saludo, nunca un cruce de miradas.
Suena el timbre,ella se escuda en el alboroto metálico de las cacerolas, el nieto abre la puerta, no hay saludos, se deslizan fantasmagóricamente en el más absoluto mutismo, para al fin desaparecer en la pieza del mango.
Doña Juana suspira, ella también supo de amores y habitaciones selladas, se asfixió en la ansiedad del alma y  se arrodilló ante las efervescencias del cuerpo. Recorrió todos sus caminos montada a sus ganas. Sigue barriendo bajo el mango, después lava las ropas y todo en un silencio que regala a su nieto como un consejo de vida.
Esa mañana encapsulada en el tiempo, no existe entre las otras mañanas, ella y los pajaritos que corean en el mango, lo perciben, pueden oler esa efímera pasión condensada.
De este lado de la puerta, sólo unos yuyitos de flores amarillas y un par de zapatos negros que alguna vez presumieron ser de charol, adornan la entrada a ese irredento cubículo que quizá se deleita con galopes de corazones y suspiros entrecortados, pero afuera sólo los pajaritos, los pajaritos y Doña Juana, que sabe pero no recuerda, que recuerda pero no distingue, que distingue pero duda.
Esperando que se abra el purgatorio y transiten su camino de vuelta, estas dos almas en pena, Doña Juana toma mate.
Y se vuelve a encontrar al día siguiente, mirando el carbón consumirse en la hornalla, quien sabe en qué piensa, si recuerda amores, si imagina visitas furtivas por escaparates de la locura.
No lo sabemos, ella tampoco sabe muy bien sobre la extraña mujer que cada tres o cuatro cocidos con rosquitas, visita al nieto. tampoco sabemos que Lucía, su única hija haya tenido hijos...
Que importa, Doña Juana, va poblando sus horas sin minutos con risas, encuentros, despedidas y muchos, muchos pajaritos coreando en el mango.