martes, 23 de octubre de 2012

Secretos entre cocidos y rosquitas...

Mueve lentamente sus pies, cansados de haber recorrido ese pasillo igual a la historia de toda su vida.
Doña Juana prepara el desayuno tan parsimoniosamente como la primera vez, tan rico como si ella hubiese inventado el cocido con rosquitas, siempre con manteca y mermelada de guayaba, que, en épocas olvidadas, ella misma la hacía.
Hoy, a sus 78 años, se conforma con quemar el carbón, al que mira hipnotizada, encenderse sobre la hornalla, y ese ardor le quema las pupilas ya desteñidas.
Piensa en algo, no sabemos en qué, o quizá simplemente extraña a su hija Lucía que viajó a España hace tantos años. Ya va a tocar la puerta, se dice, como para mecer sus penas. Ya vendrá, y así ella va a poder preparar el último cocido en esa última mañana.
Una vez dispuesto el desayuno, Doña Juana sabe que cada tres mañanas, su nieto recibe una visita. Ella sabe y hace como que no sabe, tantas cosas guardó a lo largo de su vida,tantos cuentos que se volvieron reales y otras historias que se diluyeron en fantasías, y hoy todo se pinta en el mismo lienzo.
A veces, ella escucha como sus recuerdos se desempolvan solos y llenan la casa de carcajadas, y ella ríe con ellos.
Entonces le vuelve la duda sobre esa extraña visita que cada tres o cuatro desayunos llega a ver al nieto, nunca un saludo, nunca un cruce de miradas.
Suena el timbre,ella se escuda en el alboroto metálico de las cacerolas, el nieto abre la puerta, no hay saludos, se deslizan fantasmagóricamente en el más absoluto mutismo, para al fin desaparecer en la pieza del mango.
Doña Juana suspira, ella también supo de amores y habitaciones selladas, se asfixió en la ansiedad del alma y  se arrodilló ante las efervescencias del cuerpo. Recorrió todos sus caminos montada a sus ganas. Sigue barriendo bajo el mango, después lava las ropas y todo en un silencio que regala a su nieto como un consejo de vida.
Esa mañana encapsulada en el tiempo, no existe entre las otras mañanas, ella y los pajaritos que corean en el mango, lo perciben, pueden oler esa efímera pasión condensada.
De este lado de la puerta, sólo unos yuyitos de flores amarillas y un par de zapatos negros que alguna vez presumieron ser de charol, adornan la entrada a ese irredento cubículo que quizá se deleita con galopes de corazones y suspiros entrecortados, pero afuera sólo los pajaritos, los pajaritos y Doña Juana, que sabe pero no recuerda, que recuerda pero no distingue, que distingue pero duda.
Esperando que se abra el purgatorio y transiten su camino de vuelta, estas dos almas en pena, Doña Juana toma mate.
Y se vuelve a encontrar al día siguiente, mirando el carbón consumirse en la hornalla, quien sabe en qué piensa, si recuerda amores, si imagina visitas furtivas por escaparates de la locura.
No lo sabemos, ella tampoco sabe muy bien sobre la extraña mujer que cada tres o cuatro cocidos con rosquitas, visita al nieto. tampoco sabemos que Lucía, su única hija haya tenido hijos...
Que importa, Doña Juana, va poblando sus horas sin minutos con risas, encuentros, despedidas y muchos, muchos pajaritos coreando en el mango.


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