Esa tarde estaba fría, como pocas de nuestros inviernos inventados. Estacioné el auto y con la cabeza metida en la bufanda fui caminando de prisa, como para calentar el cuerpo. Crucé la calle y al entrar al hall principal del banco sentí un estruendo terrible, era como si el cielo se despedazara, lo único que pude hacer fue tirarme al piso, ahí mismo, quedé acurrucada temiendo alguna explosión. Todos en el hall gritaron y se resguardaron, fue como una coreografía del terror. Poco a poco y pasados unos minutos, fuimos levantándonos, recuerdo que el guardia de seguridad privada miraba al techo y apenas musitaba del susto. Levanté la cabeza y pude ver; la imagen era tan hermosa como terrible; sobre la cúpula transparente del hall dormía la silueta casi etérea de una chica, sus contornos estaban como pintados a mano, me temblaban las piernas y el guardia susurró si no era la chica que había dejado su cédula hacía 30 minutos, fue corriendo a buscar, la trajo y nos mostró a 2 o 3 personas, mientras el otro guardia se comunicaba con la policía reportando un posible suicidio.
Me apoyé en uno de los pilares pero sin dejar de mirarla, tenía una falda oscura de ella sus piernas estaban como colocadas con el mayor de los cuidados; una ligeramente doblada como una muñeca de trapo y la otra recta, lo único que podía imaginar viéndola así tan lejana y perfecta era que debía ser hermosa. Sus botas negras y largas me completaban la idea, seguí mirando y la cabeza estaba cubierta como adrede por el tapadito 3/4 que llevaba, debajo de él un hilo carmín ser deslizaba hacia un charco que crecía. Aún así era hermosa.
La policía llegó 10 minutos después, contaron que dejó una carta y que andaba triste hacía mucho.
Esa tarde volví a casa pensando en aquella extraña que había decidido saltarse la vida, no pasaba los veinte años y cuanto habrá pensado, cuantas veces se habrá aferrado antes de, finalmente, dejarse caer.
Imagen de Kelly Reemsten
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