Cuando se es chica, de verdad, todas las cosas circundantes te parecen tan grandes, tan inconexas, tan ridículamente raras. Y en esa inconsistencia lúdica estalla el big bang personal, se crea un universo paralelo y a medida, con explicaciones propias sobre temas "muy acuciantes"
En esas épocas, un hecho que siempre me llamaba la atención era ver a los grandes ahogarse con sus problemas en un vaso con agua. Por ejemplo, si hubiesen usado las hojas de los arboles como dinero todo sería más fácil, solo deberían dedicarse a la plantación de los mismos y san se acabó. Además como hay tantísimos arboles todos encimados, no habría gente sin su propia billetera vegetal. Brillante solución sacada de las mil tardes de juegos, donde haciendo de despensera del barrio y a falta de papel moneda una se ingenia para no cortar la algarabía.
Conjeturas exóticas sobre el origen de los niños (la decencia me impide entrar en detalles sobre este punto) hasta que te lo explica el erudito de tu hermano o hermana mayor, por la sencilla razón de haber venido a este mundo antes que vos, este ser, supremo y superior en hechos y derechos, es también el depositario de alguna sabiduría extraña que por una cuestión indescifrable te ha sido vedada, una ya vive así en sus inicios la manipulacion de la información.
Sobre el hecho del nacimiento y el momento en que se produce, es un verdadero dilema que aflige mucho cuando no se ha nacido antes que los demás, o sea ha nacido muy tarde, en realidad una cuestión de índole claramente narcisista, irreverente a la hora de reclamar a quien corresponda, una justificación sobre el orden de las cosas naturales o mejor aún una indemnización genética. El ejercicio obligado, casi diabólico, de imaginarse siendo la mayor, y sentir que, como un inflador de pelotas al compás de las respiraciones te transporta hasta el tiempo en que nace la primera niña en el mundo! Creo que mi terapeuta me expuso sobradas veces el origen de tanto divague egocéntrico, explicaciones que prefiero obviar por razones prácticas, pero podría llamarse el “síndrome de la hija única”, menudo embrollo para una niña que nació en una familia de tendencias conejisticas y con poca horas semanales de tv.
Y así, todas estas elucubraciones muy pretensiosas dificultan la digestión del delicioso almuerzo; ese suculento puchero, que pasea vertiginosamente en los intestinos persiguiendo a las tortillitas de acelga, solo el reposo absoluto puede calmar el cha cha cha abdominal, para dar paso al tango de ideas.
Para todo tipo de viajes y exploraciones es la siesta una aliada indiscutible, bueno lo era al menos hace varios años. Los padres, estos seres especiales, muy cuidadosos de las formas, los horarios y todo tipo de honditazos que atenten contra los frágiles deseos de esparcimiento no permitido. Cabe mencionar que la frase “No Permitido” será cuna de futuros arrebatos y te acompañará hasta el último aliento.
Pero de entre el más variado repertorio paralizante siestero, son las historias, seleccionadas escabrosamente por la abuela de turno, quien con una genialidad creativa, cual posesa shakesperiana, va desgranando con todo tipo de pausas, silencios y hasta onomatopeyas, las andanzas del temido Karaí Vosa o el Hombre de la Bolsa como se lo conoce en el resto de América Latina.
Sobre estos relatos, hay que convenir otra peculiaridad de los padres; la falta de originalidad, puesto que bastó con que uno haya querido mantener a los hijos a la guarda del silencio, se invento la historia y luego todos los demás padres envidiosos del éxito ajeno empezaron a robar y a esparcir la cruenta falacia del hombre malvado que va buscando siestas, largas y silenciosas, siestas cargadas de niños porfiados. Con una bolsa arpillera infinita reposando en su polvoriento hombro, la memoria selectiva me impide recordar si tenía uno o dos dientes, de todos modos nunca entendí como con tan pocos dientes se comía a tantos niños, me era toda una valentía razonar sobre este punto, encima sabiendo que la próxima víctima podría ser yo.
Este cuentecillo hoy inocuo, fue el responsable de varias noches pavorosas, donde en reiteradas ocasiones prometía a todos los dioses habidos y por haber, mi total sumisión a la “obediencia debida”, a cambio de que salvase mi pequeño pellejo de los 2 dientes asesinos. Tanto fue el efecto de este mal hábito de las abuelas, que estuve a punto de acallar a esa niña inquieta que tanto me gustaba ser. El Karaí Vosa, tenía como víctimas preferidas domar espíritus caprichosos y sobre todo, niñas charletas, como decían las confabuladas.
No se piense tan a la ligera que el ecosistema imaginario de una niña es solamente un lugar donde flotan ponis rosaditos, muñecas bellamente anoréxicas y cientos de cajas de maquillajes, en esos momentos en donde las incógnitas se parapetan en la sala de entrada, y los grandes están ocupados creando sus propias teorías, la tierna mente con la experiencia de una vieja cocinera va juntando los ingredientes disponibles y probando siempre cambiar las recetas heredadas de su madre , y así escribiendo su propio libro de comidas favoritas, asistida por lo que fue, lo que es y lo que ella sueña, será.
No hay comentarios:
Publicar un comentario