Hace unos días vi la película “The Help” traducida al español como Criadas y Señoras. La elegí minuciosamente, después de leer un argumento fuerte, doloroso y aleccionador, con exquisitos ingredientes que la convierten en esos filmes que te dan todo y a la vez te vacían de todo, tanto, que te dejan en medio de una tormenta intrínseca, esas que adoro atravesar para poder luego respirar la brisa ganada.
La historia se desarrolla en un pueblo llamado Jackson en el estado de Misisipi, corren los años 60 y esa década caldeada por la disputa de los feudos sureños esclavistas y puritanos, mezcla tan diabólica como arbitraria., contra los estados del Norte que pretendían ( al menos esa fue la bandera lincolniana) abolir tan desdeñosa practica.
Desengañémonos, detrás de cada cruzada virtuosa subyace siempre algún vil interés, una vez asumido esto, saquemos provecho a los efectos colaterales.
El mundo ya ha visto tantas veces convulsionar sus entrañas, luchando unos contra otros, así también ha parido corazones que están llamados a revolucionar los aires, a despedir a los infames, escupir a los tibios y amparar a los débiles.
En este pueblito agrario, nostálgico de avasallamientos cancelados cien años atrás, surge Eugenia (Emma Stone) una joven escritora que siente ese llamado a crear una inflexión en su espacio, así a través de sus letras blancas, se permite echar lágrimas negras . Visiblemente fastidiada y avergonzada por los atropellos consensuados hacia los negros, decide realizar entrevistas a las criadas, si, aquellas que las cuidaron de niñas y adolescentes, que quizá hasta las conocieron más que sus propias madres, pero que estaban tan lejos de ser recordadas en sus vidas, condenadas a la (nunca mejor dicho) oscuridad.
Uno se imagina en algún momento que las criadas liberadas y gustosas accederían por fin a gritar sus lamentos, pero muy al contrario, fue quimérico, desenterrar las degradadas esencias de estas mujeres. Familiarizadas con el brillo que le sacaban a las vajillas y con el lóbrego de sus corazones, acostumbradas a blanquear sábanas y a ensuciar sus pensamientos, condenadas a fregar pisos y a ahogar sus pasiones y luego, al llegar a sus casas sentir que no pertenecían a ningún lugar.
Tenían tantas crónicas de humillaciones, que habían empezado con sus bisabuelas y se habían asentado ya en ellas, por supuesto, muchas nacieron rendidas, pero desafiando la triste lógica de la época, habían negras corajudas y henchidas de valor.
Así cuando se mezclan negros y blancos se dan grises, un matiz ambiguo y sui generis que tiño a Eugenia y a las criadas todas por igual. Que palabra impensada la igualdad, era simplemente castigado el que incitase a semejantes ideas anti naturales, aun así estas mujeres grises, cual amalgama de voluntades, pudieron caldear los cobardes espíritus de esa sociedad, y como una pincelada, o dos, de un gran fresco sumaron sus propias tonalidades , para merecidas, apreciar la obra final.
Dos horas completas en que sentí como las lágrimas se me escapaban caprichosamente, de esos diluvios memorables a los que estoy mas que acostumbrada cuando algo o alguien abre mis bretes. Pero ese llorar de nostalgia, o llorar porque si es tan femenino dirían, si, bendita costumbre la nuestra que nos permite vaciarnos hasta encontrar lo que buscamos en el fondo.
Esta obra de arte, con actores justos y generosos en sus representaciones, con mensajes que llegan como arándote la piel, si te gustan las autopsias profundas a la razón, navegares turbios por mares de fantasmas, vas a encontrar que, aunque hayan pasado más de ciento cincuenta años, y con personas de otros países, los vicios y las virtudes son infinitamente repetidas por hombres y mujeres. Muchas veces la mente ve mucho más que los ojos.
Una verdadera delicatesen para alimentar al ser, claro, para aquellos/las que están dispuestos a recibir altas dosis de realidad.
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