Ojos de niño indio, pozos vacíos, profundos, aletargados,
ilusiones craqueladas con tierra, hules y restos de nada.
Manos de niño indio, trémulas, áridas de sueños, en cada pliegue de vida
reposan las almas de sus ancestros, bajo sus terrosas uñas lloran las penas del
día sin sol.
Entrañas de niño
indio, jugos que se retuercen en espasmos de una casa deshabitada, paredes
mirríadas y descoloridas que tanto en
tanto degluten alguna que otra esponjosa ilusión de harina de maíz.
Pies de niño indio, abroquelados en el lacerante asfalto,
cada mañana saltitean ansiosos entre nuestras prisas y nuestra indolente
felicidad.
Corazón de niño indio, tostado por fuera, diáfano por
dentro, ríe, palpita, sueña, llora y sangra sus amarguras por vivir y morir en
un tiempo sin indios…
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